“¡Esto
es el paraíso!”. Es lo primero que piensas. Lo que siempre has visto por la
tele y revistas, lo tienes delante: esas playas de tierra blanca, agua color
turquesa y hileras de palmeras bordeando la costa están ahí. La sensación es de
que estas en otro mundo.
La
arena, fina, de color claro, que no se pega en los pies. Resulta muy agradable.
El agua, cristalina y limpia. Poco profunda y donde te puedes adentrar sin que
haya irregularidades en el suelo y sin que te cubra inesperadamente. Nada de
manchas de aceite flotando, bolsas y basura a la deriva, todo muy natural y
puro.
La
vegetación es básicamente palmeras. Altas y delgadas, proporcionan buen cobijo
si te pones debajo de ellas. Las más próximas a la orilla, se inclinan hacia
ella, haciendo que algunas puedas subirte y descansar en ellas, tal cual los
anuncios de Ron que vemos en España.
En
la excursion en barco que hicimos, toda la parte de costa visible desde el
barco era del mismo estilo. Hileras de palmeras y arena blanca. Las islas Santa
Catalina y Saona fue aun más impresionante si cabe. El desembarco a pocos
metros de la playa, y aproximarte a la isla a través de esa agua cristalina fue
muy bonito, una excursión totalmente recomendable.
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